Lo primero que cualquier pareja humana busca en el caso del próximo nacimiento de un hijo es el nombre, la palabra o palabras que identifiquen al bebé como alguien único, diferente, especial. Es la primera piedra de la identidad personal, la carta de presentación familiar y social del recién nacido. Una cuestión que, en algunos casos lleva a debate y controversia, una tarea en la que los padres dedican tiempo y esfuerzo _e incluso someten a dictamen familiar_ con la sola idea de encontrar para su hijo el nombre más adecuado, al menos según su criterio, que llevará toda su vida. Sin quererlo hemos emprendido una función de naming.
La importancia de la elección de nombre arranca del origen de la humanidad y, en mayor o menor medida, es común a todas las razas y culturas. A modo de ejemplo, citar la trascendencia que tenía el nombre entre los indios norteamericanos, donde, por citar un solo caso, la palabra “búfalo” formaba a menudo parte del nombre de los jefes de la tribu, principalmente por su significado de abundancia.
No en vano el búfalo era su principal fuente de aprovisionamiento, pues fue, en su momento, el animal que bendecía a los nativos de las grandes llanuras americanas con todo lo que ellos necesitaban para sobrevivir, lo que lo elevaba a la categoría de ser espiritual, sagrado, al que se honraba en los festejos después de las cacerías.
Hoy por hoy, se buscan nombres que resulten al oído diferentes, originales hasta cierto punto y se recurren a préstamos, ya no de la santoral del país o la clonificación de nombres familiares como antaño, sino que se acude a la onomástica de otros países, nombres que suenen distintos y que, desde el primer momento, destaquen la persona de los hijos entre la mayoría.
Se busca, incluso, que desde el punto de vista etimológico, tengan un significado para los padres importante, como si el significado de la palabra elegida tuviese la capacidad mágica de trasladar ciertos valores o características a la personalidad de su prole.
Esta preocupación por dar con los nombres más adecuados para nuestros hijos, al margen de modas e influencias que nos llegan a través del cine y de la música _o de cada cultura en general_ no encuentra, sin embargo, su eco correspondiente a la hora de elegir el nombre más adecuado para nuestra marca.
Para Briefing Jane el proceso de naming es trascendental y punto inexcusable de partida. Hay que tomarse el tiempo necesario a la hora de acertar con la palabra clave que distinga una marca. La molestia suficiente para encontrar un nombre, que resuma la esencia, además de un claim adecuado y coherente, que condense de algún modo los valores de la marca o que refleje el sector o tipo de servicios en que desarrolla su actividad.
Es la búsqueda del ADN del proyecto que queremos alumbrar. El nombre que mejor defina y refleje tu marca. La palabra digna de llevar y difundir tus valores personales y empresariales, lo que la hace única y perfectamente reconocible entre todas las demás.
Para ello es importante no tratar de copiar a la competencia, porque lo importante es la identidad propia, diferenciarse. También probar que el logo elegido es adecuado y bien visible en los distintos soportes, tanto en el pequeño formato web como en gran tamaño para cartelería a gran escala. Mejor simple, porque es más recordable y efectivo. Y, por último, responsivo, es decir, adaptable para cualquier medio de difusión elegido.
Consideraciones técnicas aparte, la cuestión del nombre de tu marca es tan transcendental que incluso Robinson Crusoe necesitó algo más que la providencial aparición de un compañero indígena desconocido para paliar la soledad de su isla.
Necesitó tres palabras mágicas, echar mano del naming para sentirse verdaderamente acompañado:
“Te llamaré Viernes”.