La crisis de estos tiempos se ha llevado por delante el modelo empresarial surgido de la revolución industrial, un paradigma económico volcado en los productos y su producción masiva para generar más y más ventas. Actividad comercial, centrada en el dinero como único objetivo, sin importar las consecuencias de ninguna otra índole. Productos y servicios para el consumidor a costa del expolio de los recursos naturales. Ninguna conciencia. Nada que ver con las personas.
La actividad comercial, hasta quien dice ayer, era cuantitativa, centrada en aumentar las ventas como principal objetivo. Y la publicidad y el marketing, surgidos ya entrados en el XX eran, con pocas excepciones, simples estrategias que alentaban el consumo por el consumo como una señal de poder y estatus, como una forma de llenar los vacíos de vidas sin tiempo para otra cosa que trabajar para poder comprar más.
Las empresas eran opacas, jerarquizadas, complejas, inmunes al talento, cementerios de la creatividad, ciegas para casi todo lo que no tenía que ver con producir. Dentro del laberinto consumista, la sociedad se convertía en compradora y consumidora de los productos y bienes que con su esfuerzo ella misma producía. Y así todo giraba en una rueda sin otro sentido que perpetuar el sistema, al que sus propias miserias y desigualdades acaban de hacer saltar por los aires.
El viejo modelo ha muerto y nos ha dejado a todos sin saber bien qué hacer. Desnortados y sin rumbo. Las empresas, ante la imposibilidad de recomponer el jarrón de la falsa abundancia que se les ha hecho añicos entre las manos, deben reiventarse a sí mismas. Ya no pueden seguir el camino de vender o vender, porque al modelo anterior se le han visto las vergüenzas en forma de desigualdades, mentiras, fraudes, corrupciones y atropellos varios.
Ahora, el modelo económico debe renacer, por fuerza, colaborativo, solidario, más ético, más justo, más ecológico, más sostenible y verdadero. Se impone la innovación como sugiere el visionario e inspirador coach Niegel Barlow. La empresa se enfrenta al reto de hacerse más sencilla para ser más eficiente, más colaborativa que jerárquica, más honesta y con conciencia social si quiere tener la aprobación del consumidor digital, globalizado y muy bien informado.
Como ya hemos señalado en algún momento, es al prosumidor al que se debe convencer si se le quiere vender su productos en un mercado que sabe, consulta, opina y comparte su experiencia de compra con el mundo entero a través de los canales instantáneos de Internet.
Nace la economía para las personas. La del bien común. Las empresas éticas y con conciencia social. Contra toda apariencia, emerge un tiempo excelente para empresas y consumidores. Un modelo más honesto, más comprometido, más verdadero. Un mundo nuevo.
En esta era, lo que importa es la calidad. Vender ya no es una finalidad en sí misma. No es el propósito, sino la consecuencia. Vender el resultado natural de ofrecer la máxima satisfacción a los demás.