La crisis que ha puesto el mundo patas arriba es, aunque puedan enviarnos al paredón sin juicio previo por afirmarlo, una verdadera bendición. La consecuencia y el aviso necesario de que, individual y colectivamente, estábamos haciendo las cosas más que mal. Nos ha puesto en bandeja la posibilidad de enmendar el rumbo y evitar desastres mayores.
El hundimiento del presunto estado del bienestar no es tanto el fin de los tiempos, cuanto que la increíble oportunidad de replanteárnoslo todo para mejor. De crear nuestra realidad desde las actuales cenizas, porque cualquier modelo económico, históricamente utilizado hasta la fecha, ha sido un desastre porque todos ellos se han sustentado sobre la injusticia, la desigualdad, la insolidaridad, la ley del más fuerte y la tiranía de los dueños del dinero.
Tras el último batacazo macroeonómico internacional, hasta el más tonto ha podido darse cuenta de que ni los estados, ni los políticos, ni los poderes económicos, ni los popes de toda la vida van a sacarnos las castañas de ningún fuego. Más bien al contrario, lo único que hacen es ayudarse entre ellos para perpetuarse en la cima de la pirámide social que quieren vendernos, falsamente, como ley natural y el orden inmutable de las cosas.
Nos han dejado sin techo, sin trabajos, sin futuro y sin nada, pobres de solemnidad y huérfanos en definitiva. Pero lejos de acabar con nosotros, nos han hecho el favor de nuestra vida. Primero, porque nos han quitado las últimas vendas de los ojos y, segundo porque nos han arrancado las cadenas invisibles de la creencia de que necesitamos su tutela para subsistir. Nada más lejos de la realidad.
Sin pretenderlo, nos han devuelto las riendas de nuestra vida. El poder que durante tanto tiempo pusimos en sus manos ha regresado a las nuestras y ahora que sabemos que nada podemos esperar de ellos, sólo queda asumir el poder de cada cual y la responsabilidad del empoderamiento. No del individualismo.
Reconocer que la crisis no es una fatalidad inesperada, ni una conjura bancaria, sino una corresponsabilidad de todos, la lógica consecuencia de haber puesto nuestra vida en manos ajenas sin reparar en que el famoso estado del bienestar era un paraíso artificial y siempre fue cosa de algunos o de muchos, pero nunca de todos ni para todos.
La crisis nos ha hecho menos rebaño y más libres. Dueños de nuestro destino y, en un panorama sin mapas, a la fuerza emprendedores. De hecho los españoles están más dispuestos a emprender su propio negocio que la media: un 31 por ciento de ellos según un reciente estudio de la red social y profesional Linkedin.
Se impone la apuesta por el autoempleo y empezamos a acostumbrarnos a nuevos conceptos como el network (trabajo en red), el coworking (espacios profesionales compartidos y creativos)… Estamos asistiendo al nacimiento de nuevas profesiones mayormente relacionadas con las nuevas tecnologías de la información, a los nuevos talentos digitales, a nuevas estructuras sociales menos complejas y a nuevos modelos de creación de valor basados en la colaboración abierta entre comunidades globales.
Ante la difícil situación actual, cabe únicamente sacar a la luz la mejor versión de nosotros mismos, los dones y talentos de cada cual para crear proyectos de vida independientes y sustentados en fórmulas colaborativas, proyectos basados en valores universales que nunca utilicen al otro como un medio, sino como un fin.
Tal y como creemos desde Briefing Jane, ya sólo cabe empoderarse, repensarlo todo desde la verdad y la honestidad, adoptar una actitud comprometida y positiva y escribir, cambiando el significado de varias palabras nocivas, el diccionario del nuevo mundo desde cero, algo necesario para caminar por esta era tecnológica y globalizada, donde las personas, y no lo “egos”, recuperan todo su protagonismo.
Cabe cambiar, por ejemplo, la palabra “problema” por “oportunidad” para encontrar diferentes soluciones; la palabra “obstáculo” por la de “reto” a superar; el “miedo” por la “confianza” en uno mismo y los demás; la “resignación” de hacer los que se debe por la “pasión” de hacer lo que uno quiere; la expresión “no se puede” por la de “vamos a probar que es posible”; la de “yo” por “nosotros” y, sobre todo, la de “luchar” por “compartir”.
Compartir es sinónimo y la llave, tan poco utilizada hasta hoy, de la abundancia personal y colectiva.